El
estudio del latín y del griego se ha justificado muchas veces por su probada
capacidad para facilitar el aprendizaje de otras lenguas y porque el latín y el
griego siguen de alguna forma vivos aún en nuestra lengua, de manera que
conocerlos es conocer mejor y más profundamente nuestras propias lenguas. En
efecto, más de la mitad del vocabulario de, por ejemplo, el inglés —por no
citar las lenguas romances— proviene del latín y del griego, y muchas
categorías gramaticales —como el género neutro, los casos o el genitivo sajón—
son más comprensibles si se tiene conocimiento de las lenguas clásicas por
antonomasia. Entendemos mejor nuestras propias lenguas europeas si hemos
aprendido que los sufijos –itis
(renitis) y –algia (cefalalgia)
designan inflamación y dolor respectivamente, que “recordar” significa
literalmente “volver al corazón”, que “cosmético” es lo que se usa para poner
orden en la cara (del griego kósmos, que significa, en una de sus acepciones,
“orden”) o que “educar” significa “sacar adelante”. Asimismo, todo aquel que
busca trabajo entrega su curriculum vitae;
en las series policíacas se habla del rigor
mortis del cadáver y del modus
operandi del asesino; cuando uno quiere relajarse, acude al SPA, que no es otra cosa que “Salud Por
medio del Agua” (salus per aquam); y es muy frecuente oír que un futbolista ha
marcado un gol in extremis. Sin duda
alguna, estos serían ya argumentos de peso para considerar cuando menos útil
estudiar griego y latín. No obstante, me atrevería a decir que no son en absoluto
las ventajas más importantes, pues son argumentos que supeditan el estudio de
estas lenguas a otros fines y no destacan su valor por sí mismas.
La esencia de la
educación debe ser una formación integral y una cultura general que permitan al
alumno desarrollarse mejor como persona y, en un futuro, desenvolverse en la
vida. ¿Por qué, si no, se estudian tantas materias en la ESO y, sobre todo, en
el Bachillerato, en la fase formativa que debe alumbrar la vocación del
estudiante? ¿Acaso todo lo que aprendemos lo aplicamos específicamente en
nuestro día a día? Personalmente debo reconocer que no recuerdo ya para qué
sirve una raíz cuadrada ni la tabla periódica; sin embargo, no reniego en
absoluto de los conocimientos de matemáticas o de física y química que adquirí
durante más de diez años, y ni mucho menos se me ocurre proclamar a los cuatro
vientos que esas asignaturas no valen para nada porque no hayan tenido
posteriormente presencia alguna en el ejercicio de mi trayectoria profesional.
¿Por qué, en cambio, los profesores de Griego y Latín tenemos que estar oyendo
continuamente, incluso de boca de colegas, que nuestras materias no valen para
nada? El físico Isaac Newton, considerando unánimemente como uno de los más
grandes talentos científicos de la historia, escribió sus obras en latín, y no
parece que sus extensos conocimientos de las lenguas clásicas mermaran en algo
su potencial científico e investigador. Más bien, lo contrario.
Muchos conocimientos
sirven para estructurar el pensamiento y ennoblecer el carácter. ¿Cómo no iban
a ser útiles el griego y el latín, si en esas lenguas se compusieron las
primeras obras de la literatura occidental, las que son la base de toda la
posterior literatura occidental; si en esas lenguas se habló por primera vez de
democracia, se discutió de libertad e igualdad, se establecieron las bases del
derecho que ahora poseemos, se pusieron nombres a las distintas especies
animales y vegetales y se dieron respuesta a muchas de las cosas que han
preocupado a la humanidad?
Vivimos en una sociedad
obsesionada con el utilitarismo y con la obtención de beneficios a corto plazo,
y obviamente no critico ni lo útil ni lo beneficioso, pero la utilidad no debe
medirse por la inmediatez de los resultados, sino por la durabilidad de estos
resultados y por la fortaleza de los conocimientos adquiridos. Lo
verdaderamente importante es ser capaces de aplicar a la vida, no sólo en lo
académico o profesional, todo lo aprendido en la escuela, para así tener una
mente crítica y juiciosa, capaz de discernir lo justo de lo injusto, lo cívico
de lo incívico, lo bueno de lo malo, lo útil de lo inútil. Por otra parte, los
profesores de Griego y Latín, conscientes de la necesidad de adaptarnos a los
tiempos, no nos quedamos atrás en las denominadas nuevas tecnologías y, por
ello, son cada vez más las páginas web dedicadas al Mundo Antiguo, los blogs e,
incluso, las asociaciones, como la Sociedad Española de Estudios Clásicos, con
más de 6.000 socios, que utilizan facebook y twitter como foro de debate y de
difusión de la cultura y lenguas clásicas.
Afortunadamente en
países cuyos índices en resultados educativos son claramente superiores a los
nuestros, el debate sobre la utilidad del griego y del latín ni siquiera se
plantea. Elocuente ejemplo de ello lo tuve hace unas semanas en la XXXII
edición del Certamen Ciceroniano de Arpino (Italia), el concurso de latín más
importante del mundo, al que acudieron 291 alumnos de 17 países distintos ¡Cuál
fue mi sorpresa cuando hablando con distintos profesores y alumnos —con algunos
de ellos en latín, a veces la única forma de comunicarse— me entero de que en
Bélgica se puede llegar a estudiar en el instituto seis años de latín, cinco en
Alemania, Bulgaria, Hungría e Inglaterra, y siete en Italia! Para quienes no lo
sepan, aquí en España, hoy por hoy, los alumnos pueden estudiar como mucho tres
cursos de Latín y dos de griego, y sólo los que deciden escoger las ramas de
Artes y Humanidades o Ciencias Sociales y Jurídicas. Se me ocurrió preguntar a
una chica alemana de 17 años, que estaba en el concurso y que quería estudiar
Medicina o Veterinaria, por qué había estudiado tantos años de latín y de
griego (cinco y cuatro respectivamente), y ella, con cara de estupor, me
contestó que no entendía muy bien la pregunta: “¿No era acaso lógico?”, me
espetó. ¡Ah! El chico que ganó el concurso, también alemán, quiere estudiar...
¡Matemáticas!
A tenor de lo dicho
hasta ahora, y dada la crisis que la Educación está sufriendo actualmente, no
debería ser difícil justificar la importancia de ofertar Griego y Latín en
todos los centros educativos —digo todos porque en alguno no se ofertan— e,
incluso, de constituirlos como asignaturas obligatorias (como hace diez años)
para todos los estudiantes, aunque fuera sólo durante un curso, pues de otra
forma los jóvenes es muy difícil que puedan en algún momento de sus vidas
iniciar el aprendizaje de estas lenguas por sí mismos. Como vemos, incluso
desde una perspectiva meramente utilitarista, el estudio del latín y del griego
resulta de provecho para la física, para la medicina o para las matemáticas…
“Somos hijos de la civilización latina y nietos de la griega”, dice Ricardo
Moreno Castillo de los clásicos, profesor, por cierto... de matemáticas,
“depositarios por tanto de un inmenso tesoro de sabiduría y pensamiento que
debemos conservar, porque sin él nunca entenderemos el presente. Y el valor de
este saber es perenne, por mucho que evolucionen los tiempos, y tenemos la
obligación de transmitirlo, como nos lo han transmitido todos los que antes de
nosotros han amado la belleza, el pensamiento y la ciencia”.
Esteban Bérchez
Castaño
Presidente de la
Sociedad Española
de Estudios
Clásicos de Castellón y Valencia
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